Asistimos a un concierto. El maestro, con calvo y venerable cráneo rodeado de blancos mechones, dirige con gesto amplio una numerosa orquesta tras la que se sitúa el coro, mientras la voz de la solista, en el centro del escenario, llena el teatro. En la primera fila destaca una muchacha de pelo caoba, que contempla obnubilada el milagro musical. Hoy sabemos que todos los personajes están inspirados en la vida real: La joven espectadora, por ejemplo, es la autora de la pintura, y la diva del elegante vestido verde, un trasunto de la contralto Paulina Lindberg, su madrastra. Estamos ante el reflejo en gouache sobre papel de un recuerdo feliz, recreado años después por los pinceles de Charlotte Salomon (1917-1943)
La historia de Charlotte Salomon duele. Es la historia del horror más negro, de la pena más profunda, de la sinrazón y la vergüenza del género humano. Pero también es la historia del arte como tabla de salvación, de la belleza como vía de escape de la locura. Nacida en Berlín, en una familia culta de la alta burguesía, su vida fue tranquila y feliz durante muy pocos años. Pese a las leyes antisemitas que empezaban a promulgarse en Alemania, logró ser la única judía admitida en la Academia de Artes Aplicadas de la capital, donde pudo estudiar pintura durante dos años. Sin embargo, su país se convirtió pronto en un lugar muy peligroso para los judíos, y tuvo que huir a Francia junto a su familia.
En el exilio, mientras la pesadilla se adueñaba de Europa, la joven Charlotte presenció el suicidio de su abuela, y descubrió los de su madre y su tía, que su familia le había ocultado. Huyendo de la idea de quitarse la vida ella también, se entregó a la creación artística. Durante dieciocho meses, entre 1940 y 1942, trabajó de manera febril, creando más de mil gouaches y acuarelas. En ellos plasmó sus terrores, las sombras familiares y también los recuerdos hermosos de una efímera felicidad. Son obras expresivas y oníricas, algunas, tiernas y divertidas, otras, terribles. Un mosaico conmovedor, lleno de la fuerza y el talento de una artista que intentaba evitar ser devorada por la locura.
Salomon titula el conjunto Leben? Oder Theater? Ein Singspiele (¿Vida? ¿O teatro? Un drama lírico). Debido a la profesión de la segunda esposa de su padre, la belleza y colorido del teatro están muy presentes en su obra, así como la música -el propio título alude al mundo de la ópera-. Textos de la autora, y también de poemas y canciones alemanas, salpican las imágenes de un conjunto artístico único, con el que la pintora dejó constancia de su fugaz paso por la vida. Antes de ser detenida por la Gestapo - junto al joven con quien acababa de casarse, otro refugiado judío-, Charlotte llevó su trabajo a un médico al que conocía por haber atendido a su abuela, y le rogó que, si ella desaparecía, se lo hiciese llegar a la mujer estadounidense que había acogido a su familia en Francia. “Esta es toda mi vida”, cuentan que dijo al entregárselo.
En el libro Vestidas para un baile en la nieve (Galaxia Gutenberg, 2017), la escritora y periodista Monika Zgustova cuenta la historia de nueve mujeres que sobrevivieron a su paso por el gulag. Es común a sus testimonios el papel central del arte como elemento vital para la supervivencia. Escribir versos en pequeños trozos de papel y esconderlos en un hueco del muro para que otro preso los encuentre, hallar en la enfermería Guerra y Paz y releerlo hasta saberlo de memoria, cantar en voz baja, durante las frías noches, óperas enteras que habían escuchado interpretar en casa… son algunos de los asideros a la vida que estas mujeres encontraron cuando el deterioro físico y la desesperación parecían no dejar salida. En el célebre discurso para la inauguración de la biblioteca pública de su pueblo natal, Federico García Lorca explica con la belleza única de su prosa luminosa que la cultura no es algo accesorio, sino una necesidad vital para el ser humano. Si él tuviera hambre, escribe, no pediría un pan, sino medio pan y un libro. Y cuenta cómo Dostoyevski, cuando estaba prisionero en Siberia y escribía a su familia, “Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua, pedía libros, es decir horizontes (…)”.
En tiempos de absoluta desesperación, Charlotte Salomon halló en su propia creación artística la escapatoria de la locura y el suicidio. El arte no pudo finalmente salvarla de la barbarie, y fue asesinada en el campo de concentración de Auschwitz, embarazada de cinco meses. Tenía veintiséis años. Mientras vivió, el arte logró mantener su cordura y su esperanza.
Ante episodios de un horror tan profundo como el que acabó con Charlotte, sólo podemos apelar a esa otra vertiente del ser humano, la que es capaz de crear belleza, la del arte que nos salva. Y aferrarnos a ella como Dostoyevski en el relato de Lorca, que ante el vacío y el frío interminable de Siberia escribía “¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!”.
Imagen: Charlotte Salomon: ¿Vida? ¿O teatro?, 1942. Museo de Historia Judía, Ámsterdam.
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