¿Qué sentimos exactamente al contemplar esta imagen? ¿Percibimos sólo las formas y colores que ocupan el lienzo o podemos además oír su música, seguir su ritmo? Este cuadro, titulado Música azul y verde, explora la relación entre la vista, el oído y las emociones, y es obra de una de las pioneras de la abstracción, la pintora estadounidense Georgia O'Keeffe (1887-1986). Hace unos días, el Museo Thyssen inauguró la primera retrospectiva dedicada a la artista en España, con cerca de noventa obras a través de las que poder adentrarnos en su original lenguaje pictórico.
Georgia O’Keeffe nació a finales del siglo XIX en el estado de Wisconsin, de padre irlandés. Su interés por la pintura fue temprano, y a los diez años ya tomaba clases de una acuarelista local. Posteriormente estudiaría en la Escuela del Instituto de Arte de Chicago y en la Liga de Estudiantes de Arte de Nueva York. Aprendió a pintar del natural como los maestros clásicos, como muestra su excelente bodegón Conejo muerto con recipiente de cobre (1908). O’Keeffe trabajó como profesora de arte durante siete años en Virginia, Texas y Carolina del Sur. En este período entró en contacto con el trabajo del artista Arthur Wesley Dow (1857-1922), que había estudiado en París y tenía un concepto de la creación artística revolucionario para el ambiente estadounidense del momento. Dow pensaba que, en lugar de imitar la naturaleza, sus alumnos debían crear las composiciones directamente a través de la línea, el volumen y el color. O’Keeffe empieza entonces a experimentar con la abstracción, donde encuentra la fuerza expresiva que le faltaba durante sus estudios: “Me di cuenta de que podía decir cosas con el color y las formas que no podía expresar de ninguna otra manera”. Para O'Keeffe, la música era la analogía más próxima a la forma de expresión artística que ella había desarrollado, donde incluso la figuración tenía una fuerte impronta abstracta.
La sinestesia es una alteración de la percepción humana en virtud de la cual, en algunas personas, la estimulación de un sentido produce una reacción también en algún otro. Por ejemplo, notan un sabor dulce al tocar una superficie suave, o ven un color cuando oyen determinado sonido. En el arte, este fenómeno ha sido estudiado y desarrollado sobre todo en lo tocante a sonidos y colores. Ya Mozart afirmó que percibía la tonalidad fa en color amarillo, pero fueron los compositores rusos de finales del XIX, Scriabin, Rajmáninov y Rimski-Kórsakov, quienes no sólo mantuvieron poseer esta particular característica, sino que intentaron desarrollarla en favor de su obra. Los debates entre ellos acerca de este fenómeno empujaron a Scriabin a estudiarlo más profundamente, y estableció un sistema teórico en el que asociaba a los distintos colores no sólo notas, sino emociones o “estados del alma”. Pensaba que el arte era un motor para cambiar el mundo y a las personas.
En pintura, quien más y mejor teorizó acerca de la sinestesia fue Vasíli Kandinsky (1866-1944). El maestro ruso amaba la música, y contaba que tuvo su primera experiencia de este tipo asistiendo a una representación de Lohengrin: “Vi todos los colores en mi mente, estaban ante mis ojos. Líneas salvajes, casi enloquecidas, se dibujaron frente a mí”. Kandinsky conceptualiza este fenómeno y su relación con la creación pictórica, para la que lo considera esencial, en su ensayo De lo espiritual en el arte (1911). Al igual que Scriabin, relaciona sonido, color y sentimiento: así, por ejemplo, el rojo es fuerza y suena a trompetas; el verde, tranquilidad, suena a tonos suaves de violín, y así con el resto de colores. Las poéticas composiciones abstractas de Kandinsky son, probablemente, las más musicales de toda la historia del arte.
Georgia O’Keeffe había tocado el violín en su juventud, y consideraba el canto “el más perfecto medio de expresión”. Era una gran melómana que apoyó el Festival de Música de Cámara de Santa Fe desde sus inicios, y solía invitar a músicos a tocar en su casa. Su gran colección de LPs era principalmente de música clásica. Unas pocas muestras de sus contemporáneos -Stravinsky, Hindemith, Gershwin e Ives, así como un album de Édith Piaf- eran la excepción en una colección ampliamente ocupada por compositores de los siglos XVIII y XIX -Beethoven, Schumann, Haydn, Bach- y óperas de Verdi y Wagner. Poseía también bastantes madrigales de Monteverdi, y un gran número de versiones de La coronación de Popea, relativamente poco conocida en la época en que la artista coleccionaba.
O’Keeffe creó un lenguaje personal e inconfundible, lleno de vida y sensualidad, que le dio prestigio artístico y un gran éxito comercial ya en vida. Buscadora incansable, siguió siempre sus impulsos libremente, traduciendo con sus pinceles intuiciones y sentimientos. Sobre sus cuadros de flores, los más populares entre el gran público, dijo: “Odio las flores. Las pinto porque son más baratas que los modelos y no se mueven”.
¿No les apetece conocerla más a fondo?
Imagen: Georgia O'Keeffe: Música azul y verde, 1921 (The Art Institute of Chicago)
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