Un apuesto joven de rasgos nórdicos posa con seriedad sosteniendo un violín en sus manos. La izquierda, elegantemente colocada sobre el mástil, parece tener lista la siguiente nota; la derecha, más galante, se apoya en la cintura mientras muestra el arco con tres dedos. El muchacho –que, a juzgar por el parecido con los autorretratos de la pintora que firma la obra, podría ser su hermano- parece haberse sentado sólo momentáneamente, tal vez de camino a sus clases de música, pues lleva a la espalda algo que parece una cartera, o bien otro instrumento musical. El estilo, aún realista, anticipa en el uso del color y la construcción del volumen algunas de las características del arte posterior de su autora, la pintora sueca Tora Vega Holmström (1880-1967).
Nacida en el pequeño pueblo de Tottarp, creció en un ambiente propicio para el desarrollo de su talento: la escuela comunitaria Hvilan, fundada por sus padres, un maestro y una mujer cultivada en la literatura y la música. Este centro, el primero de su clase que existió en Suecia, cumplía la función de educar a “todos aquellos que deseen aprender, sin importar su riqueza, origen o conocimientos previos”, es decir, formaba a personas que, por edad o procedencia –generalmente rural- no habrían podido acceder a una educación de otro modo. La escuela también ofrecía clases para mujeres, lo que, en la década de 1870, era algo bastante inusual.
En el siglo XIX, la mayoría de las instituciones de enseñanza no admitían mujeres. El Real Conservatorio de Suecia no era una excepción. Elfrida Andrée (1841-1929), obtuvo su diploma allí tras haber tenido que formarse de manera privada. Cuando solicitó al Gobierno un permiso para poder ejercer el puesto de organista siendo mujer, le fue denegado. Andrée, seguidora de John Stuart Mill y por tanto defensora de los derechos de las mujeres, luchó para cambiar esta y otras leyes, y logró ser la primera mujer en conseguir el puesto de organista de la catedral de Gotemburgo. Pero no se limitó a ejercerlo, ni a componer canciones o, a lo sumo, pequeñas piezas para piano, como se esperaba de ella -era una idea asentada que no se podía hablar de mujeres si se trataba de música seria-. Amplió sus estudios con Niels Gade, y compuso tres sinfonías, una ópera e importantes piezas camerísticas. Desde 1870 colaboró con la Orquesta de Gotemburgo, dirigiendo su propia música.
Tanto los hermanos de Tora Vega Holmström como ella recibieron una rica formación humanista, y Tora destacó pronto en el dibujo. Cuando su hermana contactó al famoso artista sueco Carl Larsson (1853-1919), mostrándole algunos de los trabajos de la joven artista, éste respondió que tenía talento, pero un gran hándicap en su condición de mujer. A pesar de ello, a los dieciséis años, Tora comienza sus estudios en la escuela de dibujo y escultura de Copenhague. Posteriormente, tomará clases de los pintores Carl Wilhelmson, con quien sienta las bases de su pintura, y Adolf Hölzel, fundamental en el audaz uso del color que caracterizará en adelante la obra de la pintora.
Holmström realiza su primer viaje a París en 1907. Allí asiste a la famosa Academia Colarossi, estudia las obras de Cézanne y conoce a numerosos artistas, como el poeta Rainer Maria Rilke, con el que mantendrá una extensa correspondencia, o la española María Blanchard, figura indispensable del Cubismo, con quien traba una gran amistad. De hecho, es Tora quien, en 1921, realiza el retrato más hermoso que existe de la pintora santanderina. Blanchard, siempre acomplejada por su físico y huidiza de las cámaras, es plasmada por su amiga con toda la belleza que en realidad debía irradiar, sólo accesible a miradas privilegiadas como la de la artista sueca. Esta imagen, delicadísima y llena de admiración y respeto, es seguramente, por encima de las pocas fotos y caricaturas que se conservan, la que representa a Blanchard con más acierto.
A partir del contacto con la vanguardia, la pintura de Tora Vega Holmström evoluciona a un cromatismo más radical y enérgico, construyendo los volúmenes de las figuras con planos de color a la manera de Cézanne. El viaje a la capital francesa es, también, el germen de una existencia nómada para la cual, necesariamente, una mujer debía evitar el matrimonio y renunciar a tener hijos. La artista era muy consciente de ello, y tomó la decisión de dedicarse en exclusiva a su carrera artística. Tora no dejará de viajar durante toda su vida, visitando numerosos lugares de Europa y África, y no tendrá una residencia propia hasta pasados los sesenta años de edad.
Tras su primera visita a París, Tora escribió: “Anhelo todos los lugares del mundo”. Sabía bien que este deseo era imposible para una mujer llevando una vida convencional, y escogió la libertad y el arte. Elfrida Andrée, persiguiendo su lema, “la elevación de la mujer”, se elevó sobre los prejuicios y llegó a ser la compositora y directora más importante de Suecia. Gracias al insensato empeño de estas dos mujeres excepcionales tenemos hoy su legado artístico, y el ejemplo de su valentía.
Imagen: Tora Vega Holmström, Hombre con violín, c. 1915. Colección Particular.
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