La decisión de Angelika

Revista Ritmo 939. Abril 2020

Mobirise

Algo muy importante está ocurriendo en el exterior de esta construcción clásica, frente a un paisaje montañoso. De las tres figuras que protagonizan este momento crucial, sólo la del centro representa a una mujer de carne y hueso. Sus rasgos son los de la pintora suiza Angelika Kauffmann (1741-1807), que se autorretrata aquí junto a las personificaciones de las dos artes que marcaron su vida: la Música, coronada de campanillas moradas, sostiene una partitura, y la Pintura, vestida con los colores primarios, lleva la paleta y los pinceles en la mano.

Angelika Kauffmann tuvo, desde pequeña, dotes para el canto lírico y, a decir de contemporáneos suyos como Goethe, una bella voz de soprano. Recibió lecciones de canto, y su padre, el modesto pintor Johann Joseph Kauffmann, también le enseñó a pintar. En uno de sus primeros autorretratos, hecho a la edad de 12 años, aparece mostrando una partitura. En su adolescencia tuvo que optar por seguir de manera profesional solo uno de los dos caminos, una decisión largamente meditada a partir de la cual se dedicó en cuerpo y alma a la pintura.

Este cuadro se titula “Autorretrato dudando entre las artes de la Pintura y la Música”. Sin embargo, basta una mirada atenta para saber que, en el momento al que nos asomamos, no existe ya ninguna duda. La decisión está tomada, y es para siempre. La mano izquierda de la pintora, elocuente, nos da la clave: es a la Pintura a quien va a acompañar en el largo y escarpado camino al templo de la Fama. La Pintura tiene prisa, señala la meta: será un arduo viaje. Angelika estrecha la mano de la Música por última vez, y la mirada que ambas cruzan nos revela lo difícil que resulta esta despedida. Tanto, que Angelika pensará en ella toda su vida. Este cuadro fue realizado en plena madurez de la artista, casi cuarenta años después de aquella decisión, y en lo más alto de su éxito profesional como pintora.

Porque Angelika Kauffmann tuvo éxito y fama como ninguna artista antes. Vendió obras en todos los rincones de Europa, y su estilo llegó a ser tan imitado que había cuadros pintados “a la Kauffmann” por todas partes. Pintora excepcional y hábil empresaria, fue una mujer inteligente, cosmopolita, extraordinariamente culta e independiente. Admirada y considerada por la élite intelectual y artística del momento, llevó las riendas de su carrera con determinación y no renunció a su libertad, ni siquiera cuando monarcas del Antiguo Régimen quisieron hacerla pintora de Corte.

Cultivó con maestría el retrato -no hay personaje ilustre de su época que no se hiciera inmortalizar por ella, de Goethe a Joshua Reynolds, de Winkelmann a Pedro I de Rusia, del Papa Pío VI al emperador José II de Austria-. Pero Kauffmann fue más allá, destacando en el más noble de los géneros, el más exclusivamente masculino: la pintura de Historia. Este género era considerado el más difícil y meritorio desde la Antigüedad, por ser transmisor de valores (exemplum virtutis), y también porque requiere de un dominio absoluto del espacio y la anatomía para situar varias figuras en una composición compleja. En lo más bajo de la lista estaban el retrato y la naturaleza muerta, géneros a los que se dedicaron mayoritariamente las pintoras.

No lo hacían por elección. Hasta muy entrado el siglo XIX, la mayoría de las academias no admitían mujeres y, cuando lo hicieron, éstas no tenían permitido asistir a las clases de dibujo del natural, ya que la presencia de un modelo desnudo se consideraba indecorosa para una dama. Un pilar fundamental de la enseñanza artística les fue, por tanto, sistemáticamente negado hasta el siglo pasado. Por eso tan pocas de ellas pudieron dedicarse a los géneros que, según la tradición, daban la medida de los grandes artistas.

Angelika lo hizo. Pintó magistralmente grandes lienzos con temas mitológicos e historias ejemplarizantes de autores griegos y romanos. En plena explosión del interés por la Antigüedad desatado por Winkelmann, sus pinturas, con personajes de Homero, Eurípides y Ovidio, son ejemplos perfectos del mejor Neoclasicismo, aunque impregnadas de la luz cálida y la pincelada suelta de los maestros venecianos. Fue miembro de las principales academias europeas, y fundadora de la Royal Academy of Arts de Londres -única mujer junto a la pintora Mary Moser (1744-1819)-.

Aunque conoció muchas ciudades, amó Roma por encima de todas. Allí, bajo las escaleras de la Piazza di Spagna, estableció su taller, y por la tertulia que acogía en su salón desfilaron los artistas, científicos y filósofos más destacados del Siglo de las Luces. Roma correspondió el amor de Angelika. Su funeral, presidido por Antonio Canova, fue el más multitudinario que se recordaba desde aquel en que la Ciudad Eterna lloró a Rafael Sanzio, junto a cuyo busto, en el Panteón, fue colocado el de la pintora.

La decisión de Angelika privó a sus contemporáneos de una magnífica soprano, pero dejó a la pintura más de 800 obras y, a todas las mujeres, el referente de la artista más grande y libre que habían conocido los siglos.

Imagen: Angelika Kauffmann, Autorretrato dudando entre las artes de la Pintura y la Música, 1794 (Nostell Priory, Reino Unido).


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