Algo nos dice que esta escena familiar no la protagoniza una familia común, y ese algo son los hermosos ángeles músicos que la acompañan. El bebé de mejillas sonrosadas que sonríe mientras pasa de unos brazos amorosos a otros no es un bebé cualquiera, como tampoco son personas ordinarias los ancianos que lo cuidan. Puesto que están acompañados de música celestial, estos han de ser personajes santos y muy principales, y por la avanzada edad de la pareja podemos deducir que se trata de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen María. El conjunto es obra de la escultora sevillana Luisa Ignacia Roldán (1652-1706), más conocida como La Roldana.
Aunque ya Palomino hablaba de ella, hasta los años ochenta del pasado siglo no se empieza a investigar a Luisa Roldán, cuya obra, muy cotizada, está presente en museos como el Metropolitan y la Hispanic Society de Nueva York, el Victoria and Albert de Londres o el Paul Getty de Los Ángeles. Hija de Pedro Roldán -el gran maestro de la talla en madera que tomó el relevo de Martínez Montañés-, se dedicó por completo a la imaginería religiosa. Primero en el taller de su padre y luego establecida por su cuenta junto a su marido, Luisa talló figuras devocionales y pasos de Semana Santa. Pronto evolucionó a un estilo propio desde el más rígido de Pedro Roldán, dando movimiento a las telas y ahondando en la expresión del sentimiento. El Ecce Homo de la Catedral de Cádiz es un ejemplo supremo de su arte. Originalmente figura de tres cuartos, en una restauración en los años ochenta se descubrió en el interior de la cabeza un papel en el que decía “hisso esta echura con sus manos la insigne artífice Luisa Roldán en compañía de su marido…”. Allí, escondido, estaba el testimonio de que, aunque su marido firmaba los contratos, ella era la creadora.
En 1688 se traslada a Madrid, donde será nombrada escultora de cámara de Carlos II y después de Felipe V. Sólo entonces empezará a firmar sus obras, y añadirá “escultora de Su Majestad”. En esta época, y debido a los diferentes gustos artísticos de la Corte, Luisa empieza a trabajar el barro policromado, en esculturas de grupo de mediano tamaño que se convertirán en el sello más personal y reconocible de su obra. En la línea de una piedad más íntima seguida por maestros como Murillo, con quien Luisa tiene muchos puntos en común, la artista creará conjuntos escultóricos de gran originalidad y belleza, representando escenas llenas de calidez como la que acompaña este texto.
Desde la Edad Media, los artistas han utilizado ángeles para representar la música celestial, que se reseña en los evangelios apócrifos acompañando algunos episodios. Encontramos los primeros ejemplos en el arte bizantino, donde ángeles en actitud que podemos identificar con el canto figuran en la Natividad. A mediados del siglo XIII aparece en Génova la Leyenda Dorada, una recopilación de vidas de santos que tendría una enorme influencia en el arte tardomedieval y del primer Renacimiento. En este texto ya se habla de cantos angélicos con una clara connotación musical, y, en adelante, en las representaciones artísticas, los ángeles cantores empezarán a llevar partituras o instrumentos. Los ángeles de esta pieza de La Roldana acompañan su canto con una viola da gamba, a la que se atribuye origen español como sucesora de la vihuela de arco, y un laúd, instrumento que los árabes trajeron a la península ibérica.
El éxito de la Leyenda Dorada hará que los ángeles músicos sean un tema muy recurrente cuando se representen la Natividad y la Adoración de los pastores. Estas imágenes llegarán a formar parte de la memoria visual colectiva, e influirán en la representación de otros temas. La imagen que nos ocupa está ligada a esta tradición iconográfica, pero Luisa demuestra una notable originalidad, ya que, en las representaciones barrocas de la Virgen niña con sus padres, los ángeles aparecen habitualmente en rompimiento de gloria, coronándola, ofreciéndole flores o volando alrededor, pero no interpretando música. Además, se suele representar una niña de unos ocho o diez años y no un bebé.
La perfección técnica y compositiva de la obra, el primor con que están descritos los rostros, el movimiento, los paños, y la elegancia exquisita de los ángeles, hacen que sea fácil comprender por qué se asocia a La Roldana con este tipo de obras, aunque fuera, sobre todo, una extraordinaria maestra de la talla en madera de gran formato. Muestra de ello son el espectacular San Miguel Arcángel de El Escorial, de tamaño mayor que el natural -en el que se cuenta que retrató a su marido en el rostro del demonio-, o el San Ginés de la Jara del Getty Museum.
El mismo día que moría en Madrid, Luisa Roldán fue nombrada académica de mérito por la Academia de San Luca de Roma, honor que ningún pintor español entre sus contemporáneos recibió jamás. No pudo llegar a saberlo. Nada nos impide, sin embargo, imaginarla celebrándolo en algún lugar, tal vez acompañada por la música de una orquesta de ángeles.
Imagen: Luisa Roldán, Virgen niña con San Joaquín y Santa Ana, h. 1700 (Museo de Guadalajara)
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