Poesía en la realidad

Revista Ritmo 947. Febrero 2021

Mobirise

Un hombre con aspecto de profeta arcaico escucha atentamente lo que la niña apoyada en su hombro le susurra al oído. Entre sus manos sostiene un violín, y, sobre la derecha, asoma la cabeza una segunda niña que mira a cámara con seriedad. Es fácil deducir que no se trata de un retrato fotográfico meramente documental. De hecho, las etéreas figuras de las niñas, la composición equilibrada y el aire antiguo del modelo principal recuerdan más a una pintura. El símbolo, la belleza, el misterio y la combinación de realidad y poesía definen la obra de Julia Margaret Cameron (1815-1879), la creadora de la fotografía artística.

Nacida en Calcuta, hija de un oficial en la Compañía de Indias Orientales y una francesa de familia aristocrática, su educación tuvo lugar entre París e Inglaterra. El gusto por la cultura en la familia podemos rastrearlo hasta su célebre sobrina-nieta, la escritora Virginia Woolf. Aunque nació cuando Julia ya había muerto, se preocupó mucho por recuperar su memoria y dar a conocer su obra. Además de una buena posición social, Cameron siempre disfrutó de una economía holgada, lo que le permitió dedicarse a un arte que no era rápido ni barato.

No fue una vocación temprana: a los 48 años, para intentar aliviar la depresión que padecía, sus vecinos le regalaron una cámara fotográfica Jamin de madera. De modo autodidacta, Julia comenzó a experimentar con aquella afición que pronto se convertiría en la pasión de su vida. Transformó la habitación del carbón en cuarto oscuro y el gallinero en el estudio donde trabajaría de manera compulsiva, buscando acercarse a sus objetivos con el método ensayo-error.

A mediados del siglo XIX, tomar una fotografía se parecía muy poco a lo que es actualmente. Se utilizaba la técnica del negativo al colodión húmedo. Para cada una de sus fotografías, Julia debía tomar el negativo (una gran placa de vidrio recubierta de bromuro de potasio) y bañarlo en nitrato de plata. Antes de que se secara, montaba la placa de cristal en un chasis y disparaba buscando la obra de arte perfecta. Inmediatamente después debía desmontarla y sumergirla en los líquidos de revelado y fijado, para finalmente, una vez seca, protegerla con un barniz.

No parecen procesos sencillos. Sin embargo, su progreso fue meteórico: un año después de sus comienzos ya expuso en Londres. Seguirían varias muestras, una medalla de oro en Berlín y ser suficientemente célebre como para que Darwin la contratara como su retratista fotográfica. Si pensamos en el famoso naturalista, la imagen que nos venga a la cabeza será con toda probabilidad obra de Julia. Dejó también brillantes efigies de otros personajes importantes de su tiempo.

El protagonista del retrato que acompañamos es George Frederick Watts (1817-1904), un pintor victoriano con quien la fotógrafa compartía amistad e inquietudes artísticas. Cameron ha transformado su profesión en la de músico, tal vez para simbolizar las artes en general. La composición pudo haber sido inspirada por el San Mateo y el ángel de Rembrandt, hoy en el Louvre, en el que la figura infantil del ángel susurra el Evangelio al oído del anciano apóstol. En la obra de Julia, sin embargo, son dos pequeñas musas las que aparecen junto al viejo artista, inspirando futuras melodías de su violín.

La belleza y originalidad de sus fotografías, los logros estéticos con los que creó un estilo único e inconfundible, fueron fruto de un trabajo incansable, casi enloquecido. Julia rallaba las placas, las manchaba, y, en un tiempo donde los fotógrafos trabajaban siempre de día, ella experimentaba con otras fuentes de iluminación, incluso el fuego, hasta conseguir efectos sorprendentes. No quería limitarse a captar la realidad: buscaba crear arte y acercarse a la belleza ideal, inspirándose en grandes maestros como Rafael. Para ello no dudaría en hacer posar a sus pequeñas sobrinas con alas de ángel, como en I wait, o vestir a sus modelos femeninas de personajes renacentistas como en la bella y misteriosa Yes or no?

Cameron también fue la creadora del efecto flou, el desenfoque calculado de la imagen con fines artísticos. La crítica de su tiempo la atacó sistemáticamente por lo que consideraban defectos técnicos, y aún hoy es fácil leer que este efecto, precisamente el sello más característico de su obra, no era intencionado sino fruto de un mal uso de la cámara. En los manuales se atribuye su invención a fotógrafos varones bastantes años posteriores, de cuya intencionalidad y pericia no se duda.

En su autobiografía, Julia escribió: «Mis aspiraciones son ennoblecer la fotografía y alzarla a la categoría de Arte, combinando la realidad con la poesía y la belleza ideal» Contemplando su obra, es evidente que lo consiguió.

La próxima vez que añadamos un filtro a cualquier foto tocando un botón de nuestro teléfono, recordemos que la primera en hacerlo fue una mujer. Se llamaba Julia Margaret Cameron, tenía las manos manchadas de productos químicos y retrataba ángeles en un gallinero iluminado por el fuego.

Imagen: Julia Margaret Cameron, El susurro de la musa, 1865 (The J Paul Getty Museum, Los Ángeles)

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